“Los sueños sin metas solo son sueños. Sin metas diarias, semanales, mensuales, anuales,… Los sueños sin metas llevan a la desilusión. Las metas son lo que está entre los sueños y los logros. Las metas solo se pueden alcanzar con disciplina y constancia».

PIAGET

Hace ya varios años que emprendí una nueva trayectoria profesional, reinventándome y dedicándome a algo prácticamente nuevo para mi, totalmente distinto a lo que había hecho durante los 15 años anteriores, los que resumían toda mi carrera profesional hasta la fecha. Todo lo que he visto, todo lo que he aprendido, todo lo que me ha resultado de valor en este nuevo camino lo he resumido en estas Diez claves para triunfar en el ámbito profesional que a continuación enumero y detallo. De haberlos conocido antes, de haberlos puesto en práctica, estoy seguro que el proceso de construcción de mi nueva profesión hubiese alcanzado el éxito con mayor celeridad. Al día de hoy, y no habiendo alcanzado ese éxito áun, creo que observar y tener muy presentes esto díez puntos me harán alcanzar mis metas con mucha más rapidez y de manera mucho más rotunda que por el contrario, obviándolos y no dándoles cumplimiento.

Quizás, la clave principal de todas, la más importante y la que debiera encabezar esta lista es la que afirma que no vale, no es suficiente, conocer o recordar estos principios. Hay que llevarlos a la práctica, integrarlos, convertirlos en experiencia y por tanto en realidad. Hay que ponerse en marcha y llevarlos a la acción.

Estas diez claves son las siguientes:

1.- ¿Tienes habilidades sociales, conectas con las personas, te resulta fácil relacionarte con ellas? Bien, ya has dado el primer paso. Ahora necesitas mostrarles a tus posibles clientes la pasión, la fuerza y el amor que pones en lo que haces. Es por eso por lo que ellos te querrán trabajar contigo: Querrán contratarte para que imprimas en su organización esa fuerza, esa pasión, esa motivación, ese amor que tú tienes y eres capaz de mostrar…

2.- Tu momento presente es el que es, no puedes cambiarlo. Lo que si puedes es poner todas tu energía para que este momento evolucione hasta convertirse en la situación o estado que deseas. Cinco, seis meses es tiempo para hacerlo todo, para cambiar muchas cosas, para construir muchas otras. La pregunta es: ¿Cómo quieres que sea tu situación dentro de ese tiempo? ¿Dónde quieres estar dentro de seis meses? Debes tener clara ya la respuesta a esta pregunta.

3.- Cuando buscas colaboraciones o sinergias con otros profesionales o entidades es un error pensar que vas a contactar con personas que están más “avanzadas” que tú, que tienen más contactos que tú y que vas a poder “descansar” en ellos. Pensar que te van a aportar mucho en tu momento inicial es un error. Todo el que busca colaboraciones las busca con alguien ya asentado, alguien mas grande que uno mismo. Eso te pasa a ti y les pasa a los demás. Por eso los más grandes no te ven a ti. Están mirando hacia arriba y no hacia abajo. Debes hacerte grande, un referente, con un prestigio reconocido para empezar a tener buenas colaboraciones, colaboraciones entre iguales. Vendrán a darte cuando tú estés preparado para darle a ellos.

4.- ¿Cuál es tu objetivo? ¿Lo tienes claro y lo tienes definido? ¿Has pensado en ello? ¿Es definido, medible, alcanzable y retador? No será algo como: “Recuperar mi inversión en formación” o “Que me vaya bien!!!”“Poder vivir de esto”. “Estar contenta con lo que gano”. “Trabajar mucho…» ¿Das por válidos estos objetivos o estás dispuesto a definirlos y pulirlos hasta que sean una verdadera guía, un auténtico mapa que te lleve hacia dónde quieres ir y te diga cómo has de llegar? Sin objetivo no hay logro a alcanzar. Sólo hay deriva. El tuyo tiene que ser sólido. Y recuerda, la modestia no es una buena herramienta para definir objetivos. La humildad si, pero son cosas distintas.

Si no sabes lo que quieres, o a dónde vas, no lo conseguirás alcanzar.

5.- Queremos que los clientes nos atiendan, conectar, que nos contraten, hacer nuestro trabajo, y por supuesto que nos paguen. Para muchos parece que este es el final del itinerario con una empresa. Eso es un error. Después de que te paguen, después de trabajar para alguien la relación, si la cuidas, no ha hecho más que empezar. Cada cliente puede darte referencias para abrir las puertas de otras empresas, de otros clientes para ti: Sus clientes, sus proveedores, sus amigos, etc… Puedes pedirle que te valoren en tu facebook o que hagan un comentario positivo para tu web. Puedes pedirles también cartas de recomendación, etc… Piensa que no hay nada más valioso para vender tu producto como la opinión de un cliente contento. Puedes volver a trabajar con ellos más adelante, cada año o cada cierto tiempo. La relación con quien haya sido tu cliente debe ser “eterna”.

6.- ¿Tienes un buen currículum? ¿Sabes de tu materia, de tu campo, de tu sector? Bien, pero, ¿qué es lo que no sabes? ¿Sabes de redes sociales, de informática y diseño de presentaciones, de marketing, de contabilidad, de finanzas, de comercio y ventas? ¿Sabes de la existencia y los plazos de subvenciones que te pueden ayudar? ¿Sabes manejar y sacar provecho de Linkelin? ¿Sabes de Facebook todo lo que habría que saber para anunciar tu negocio, o tu nivel sigue siendo de “usuario”? ¿Qué entiendes de empresas, de sus estructuras, hábitos, mentalidades, flujos, “dolores” o necesidades? ¿Sabes inglés? ¿Sabes manejar y hacer cambios en tu web? ¿Tienes canal de Youtube?… El camino a recorrer es muy largo

7.- Antes de empezar a esforzarte en buscar y ganar dinero pregúntate cual es la relación que tienes con él. ¿Qué imagen tienes del dinero? ¿Y a nivel de tu subconsciente? ¿Para ti es algo sucio, malo, que causa “problemas en las familias”, dolor en el mundo, es “la causa de muchos males”?. ¿Cuáles son tus creencias sobre el dinero? ¿Has tenido dinero en otras fases de tu vida? ¿Lo tuvo tu familia? ¿Cuánto dinero hubo a tu alrededor en tu infancia y cómo lo hicieron tus padres con él? ¿Cómo y qué hicieron si no lo hubo? ¿Cuándo tienes dinero, lo gastas rápido, lo derrochas, lo retienes, lo atesoras,… qué relación tienes con él? Debes tener claras cuáles y cómo son tus creencias profundas sobre el dinero antes de gastar vida y energía buscándolo sin que te llegue…

8.- Debes fijarte un objetivo económico claro y no hay otro más claro que marcarte la cantidad de dinero que desees recibir al mes (o al trimestre) y en cuanto tiempo va a empezar a recibirla. Por ejemplo: “Facturaré 2.000 € mensuales a partir del mes de septiembre de 2019”. Este objetivo debe ser realista y alcanzable, pero a la vez tiene que ser retador. !!!Tienes que ser ambicioso!!! ¿Te has fijado poco dinero al principio? ¿Por modestia, humildad, miedo? (Vuelve a leer el punto 7). Puede que tengas que re-ajustar algo tu objetivo pasados unos meses, pero solo “algo”. No puedes pasar de fijarte 2.000 € al mes a contentarte con 700. Sí en cambio puedes pasar de fijarte 2.000 a 1.600 o 1.700. Cuando lo tengas fijado, lo desees, lo visualices y te pongas en marcha, el universo empezará a moverse para hacer que eso que has fijado se cruce en tu camino.

9.- Nadie lo ha conseguido solo. Nadie se hizo rico en soledad. Es necesario tejer una red, crear uniones, ampliar tu “universo”. No estoy hablando de únicamente de colaboradores. Estoy hablando de personas que te acompañen en el camino, de las que aprender continuamente y sin parar. Mira a tu alrededor… esas personas están ahí. Solo tienes que iniciar el diálogo con ellas. Ahora mismo, en este momento, estás rodeada de maestros y compañeros de viaje. De igual manera, nadie lo consiguió tampoco sin dejar de aprender, de conocer más, de formarse. El camino del éxito está empedrado de libro leídos y aprendizajes recibidos.

Nadie lo ha conseguido solo. Rodéate de personas que te acompañen en el camino.

10.- Cuando recibes un “No” en lo comercial no es un no hacia tu persona, tu formación o tus conocimientos. Es un “No” al mensaje que en ese momento le ha llegado a tu cliente elegido. Quizás el mensaje no estaba pulido, quizás no era el momento oportuno, quizás no llegó, no lo vieron, no lo leyeron… ¿Imaginas cuantos e-mails vas a mandar sin que ni siquiera lleguen a abrirlos o a terminar de leerlos? No tengas miedo de insistir e insistir en una empresa. Quizás nunca leyeron lo que enviaste, no te recuerdan y aunque tu puedas creer que llevas 6 meses dando “el coñazo” ellos pueden tener la impresión de que te ven por primera vez, porque antes no lo habían hecho. Cada sector tiene una serie de “Noes” por cada “Si”. Debes coleccionar “Noes” para obtener un si. Cada vez que te digan “No”, es un paso que te acerca hasta el siguiente “Si”.

Hay una película en la que el protagonista, condenado a cadena perpetua, envió una carta diaria al gobierno solicitando una biblioteca para la prisión. Diecisiete años después de enviar la primera recibió dos docenas de cajas con libros, junto con una carta de respuesta que decía: “Por favor, no escriba más”. Al día siguiente empezó a enviar dos cartas diarias con su nueva petición…

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“El único propósito de la vida es encender una luz en medio de la oscuridad de la existencia”.

CARL JUNG

“Las personas solo cambian de verdad cuando se dan cuenta de las consecuencias de no hacerlo”

MARIO ALONSO PUIG

 

Mientras redacto este artículo, guardo en Dock, minimizado, el archivo con la lista (incompleta) de los asistentes a mi próximo taller.  Me dedico profesionalmente a impartir talleres de desarrollo y crecimiento personal. A través de varias herramientas y métodos de aprendizaje, para particulares y empresas.

En estas últimas, la asistencia a la formación es obligatoria, marcada por la dirección o por recursos humanos, y no supone un problema llenar los talleres. Algo muy distinto ocurre cuando la formación está dirigida a particulares. Estos talleres constituyen el ámbito y el motivo de análisis de este artículo.

Antes de continuar, reviso una vez más las redes sociales, a través de las cuales publicito mi próximo taller en busca de algún mensaje sin leer. Publicaciones en esas mismas redes, campañas de marketing on-line, e-mails, whatsapps, llamadas telefónicas,…  Una larga lista de acciones para completar una lista mínima de asistentes para que el taller pueda salir. Trabajo a menudo arduo y, a veces, titánico.

Y en cada ocasión, me hago las mismas preguntas: ¿Por qué una persona decide asistir (o no) a un taller de desarrollo y crecimiento personal? ¿Qué elementos entran en juego en la decisión? ¿Cuáles son los factores más importantes, lo que más valora el interesado? Supongo que habrá una respuesta diferente, individual, propia, por cada participante.

Pero ¿cuál es el factor clave, el que lleva al éxito (o al fracaso) tu convocatoria? Vamos a analizar algunas pistas o ideas que creo pueden influir en el resultado final.

¿Qué atrae a los participantes?

En el mundo de la formación, como en todos los demás, existen grandes “estrellas”, profesionales que son un referente en su campo con un inmenso poder de convocatoria. Obviamente, ellos no leerán este artículo.

No quiero pensar que la única solución sea esperar años de carrera profesional con talleres a medio llenar hasta conseguir ese gran efecto llamada del que contados profesionales disfrutan. Y más en un mundo complicado y enrevesado como es el de la formación en crecimiento y desarrollo personal, donde lo que prima es la apariencia, la imagen proyectada con todos sus adornos, y que puede no corresponderse con unos contenidos a la altura de lo que se espera recibir. Mientras que, otras opciones, con un enorme valor en sus contenidos y metodología, fracasan.

¿Todo depende entonces de esta imagen, proyectada en redes sociales a través del marketing on-line? ¿Es ésta la llave, la clave principal? ¿Qué es lo que realmente se compra y se vende en este mercado del “ser mejor persona”? ¿Una imagen proyectada, los contenidos, valores, soluciones, un anhelo de cambio, una varita mágica,… la lámpara maravillosa..?

A la hora de tomar una decisión y embarcarse la aventura del “conocerse más a uno mismo” sin duda es un factor muy importante saber cómo va a ser el taller: su contenido, temática, método o la experiencia que ofrece. Muy a menudo me encuentro que me hacen la pregunta: ¿esto de qué va?. Pregunta que tras el taller a menudo se convierte en un: “No me imaginaba que fuese así…”

En mi caso, que me dedico a impartir talleres basados en la gestión emocional con herramientas tan poco usuales como piezas de Lego® o el trabajo de coaching con caballos esta cuestión se hace recurrente, y está presente en la mayoría de las comunicaciones de los interesados.

Resulta muy complicado trasladarles (a los futuros clientes) en una breve respuesta comercial, de manera clara y directa, en qué consiste el taller, qué experiencias pueden vivir, qué beneficios pueden obtener, etc… ¿Cómo exponerles la totalidad del proceso, cómo hablarles del “qué”, (que es lo que quieren oír) sin entrar en el “cómo”?

Asimetría, el elemento sorpresa del taller de crecimiento y desarrollo personal

En 1970 el economista norteamericano George Akerlof (Premio Nobel de economía en 2001) publicó un artículo referente a la venta de coches de segunda mano donde hablaba de la diferente información que manejaban, en la venta, el vendedor y el comprador del coche. El primero tenía datos exactos del estado del coche mientras que el segundo se encontraba prácticamente a ciegas en la toma de decisiones. Su única información veraz a la hora de comparar era el precio. Esto hacía que las probabilidades de adquirir un “lemons” (un cacharro) se multiplicasen exponencialmente para el comprador.

Akerlof creó y desarrolló así el concepto de la venta asimétrica, donde comprador y vendedor tiene informaciones muy desiguales sobre el producto. Creo que esto es perfectamente aplicable a gran parte de la oferta actual de talleres de crecimiento y desarrollo personal. Los interesados en la formación carecen, en multitud de casos, de los elementos necesarios para una toma de decisiones objetiva y madurada. Se encuentran a oscuras respecto a las experiencias, las vivencias y los contenidos (incluso los beneficios) que está comprando.

A esto contribuye la existencia en el mercado de talleres con métodos o nombres rimbombantes o exóticos que a veces, ni los que nos dedicamos a esto, somos capaces a primera vista, de saber en qué consisten.

Si a esto unimos el hecho, demostrado científicamente, que a la hora de realizar una compra, el miedo o temor a perder es 2,5 veces superior al deseo de ganancia, parece que se dan las condiciones ideales para dejar desiertos la mayoría de los talleres.

La oferta y la demanda, ¿qué elegir?

Otro elemento a tener en cuenta es que el mercado de crecimiento y desarrollo personal está en auge y por lo tanto saturado de oferta. Infinidad de métodos o caminos ofrecen las mismas soluciones o similares. El crecimiento personal está de moda, y esa moda dispara la oferta.

Siguiendo esta misma moda encontramos a un reducido grupo de personas que se tiran a la piscina y aún con los escasos elementos de decisión a que nos referimos, se apuntan con asiduidad y casi «fervor» a todo tipo de eventos y formaciones, sea de lo que sea. Pero este grupo fiel e incansable no da para llenar los talleres.

También influye la resistencia de muchas personas a la hora de adentrarse en un autoconocimiento más profundo, basada en la creencia de que van a verse obligados a enfrentarse a situaciones “desagradables” que tienen su origen en esa búsqueda.

Esa resistencia, que vive bajo el lema “yo estoy bien, no necesito esas cosas” se acrecienta cuando la propuesta para el autodescubrimiento lleva consigo el mostrarse en grupo. Es quizás confundir lo personal con lo íntimo e imaginar situaciones comprometidas delante de los demás. Es, en el fondo, el miedo al cambio, a los comportamientos “desconocidos” que creemos vamos a experimentar durante ese cambio, y a tener que vivirlo y expresarlo delante de otros.

Conclusión

Por otra parte, el precio del taller es otro obstáculo a salvar. Y más aún si, como decimos, la alternativa que se plantea es aceptar un precio a cambio de un producto nada claro o concreto. Es la asimetría a la que nos referíamos, que aleja a los participantes de las certezas y/o expectativas en las que cimentar el deseo de compra.

Así que tenemos un interesado que sabe poco o nada del producto que está comprando y que tiene que ceder un precio a cambio de esa incertidumbre. Y que además se resiste a “adentrarse” en el conocimiento de sí mismo, de la persona que es, y mucho menos a mostrarlo en público.

Y a pesar de todo esto, el nivel de satisfacción posterior de los que participantes, es generalmente muy alto. Son muy pocos los que se van de vacío, sin encontrar aspectos beneficiosos o productivos. Muy pocos testimonios he oído de personas que se hayan arrepentido de acudir a una de estas formaciones, y ninguno puedo decir, como parte de mi propia experiencia.

Analizando todas estas circunstancias para el interesado, quizás sea entonces cuestión de correr un pequeño riesgo, decir “si” a esa pequeña aventura. Atreverse a experimentar, a descubrir, a ser…

Para el profesional que convoca el taller, sin duda deberá eliminar, o al menos acortar todo lo posible, esa asimetría de la información que sobre el taller que necesita tener su cliente. Esa desigualdad,  ese mar entre dos islas, nos separa del éxito. Y sin duda añadir valor a aquello que ofrecemos, de manera continua, siempre en aumento.

“Afirma Jung que lo que no se hace consciente se manifiesta en la vida como destino. Ser yo completo me permite saber que los demás también son como yo, y de esa forma, sentirme libre de tener que interpretar siempre al hombre bueno”.

                                                                                                                                                                                                                                                         LUIS DORREGO.

“Ser lo que somos y convertirnos en lo que podemos llegar a ser es la única finalidad verdadera de la vida”

                                                                             ROBERT LOUIS STEVENSON

                                                              

El coaching es una disciplina que puede ser muy útil para el crecimiento personal. Indudablemente, en ocasiones buscamos mejorar tomando referentes externos, pero eso puede ser contraproducente si no tenemos claro qué queremos. En este artículo explicamos cómo mejorar con un coach en determinadas habilidades y, sobre todo, qué podemos esperar de estas prácticas.

Gestionar las emociones para ser uno mismo

Los referentes externos no son negativos si ello nos sirve como catalizador para mejorar en el día a día. Lo que suele suceder, no obstante, es que las herramientas en las que nos apoyamos resultan útiles si no tenemos claro hacia dónde vamos y qué queremos conseguir. Nuestro objetivo, la visión o imagen de cómo queremos estar es superior, debe estar por encima, de las herramientas o habilidades que empleemos para alcanzala.

El coaching es una disciplina enormemente válida para el crecimiento personal. Se compone de técnicas diversas. Permite que el profesional o particular fluya y pueda dar lo mejor de sí para que la persona a la que se atiende pueda salir de su zona de confort y así mejorar. Recuerda, además, que esta disciplina se puede aplicar a diversas áreas de la vida. No solo a la profesional sino, también, a todo el crecimiento personal integral.

No obstante, hay que tener en cuenta que precisamente por su diversidad, un coach puede no ser lo que se está buscando porque la persona tenga otro tipo de necesidades. En estos casos, la honestidad es fundamental porque, de lo contrario, se gastarán energía y recursos en unas sesiones improductivas. La base principal para que el coaching pueda darse en todo su potencial es la confianza. En base a esta confianza podemos obtener los mejores resultados de este método. Y esa confianza, nace y parte de reconocer que puede que este camino, este mátodo, no sea el que necesitamos o el que pueda ayudarnos.

En el mundo del crecimiento personal, es imprescindible tener en cuenta dos pilares o elementos fundamentales, mucho más importantes que cualquier formación que podamos realizar. Uno de estos pilares es la Escucha, en una doble vertiente: Escucharnos a nosotros mismos, nuestras necesacidades, anhelos y deseos. Y escuchar al otro: También en sus deseos, necesidades y objetivos.

El segundo elemento fundamental es la Individualidad, el ser yo mismo, no ser gregarios.

Escucharnos

Saber escucharnos es fundamental para saber qué queremos lograr y tener claro hacia dónde vamos. Muchas veces, tenemos el problema de no tener claro qué es lo que queremos y esa confusión es la que nos genera conflictos. Tanto con los demás y con nosotros mismos. La ayuda personal puede enfocarse desde varias perspectivas y es fundamental saber hacerlo con el corazón. Ya que es así como daremos el máximo. No se trata solo de ver cómo aplican unas técnicas con nosotros, sino de sentir que nos pueden ayudar. Porque, de lo contrario, no conseguiremos el objetivo de crecimiento personal. El camino verdadero hacia cualquier mejora personal lo marca nuestro corazón. Cualquier cambio, por mínimo que sea, puede llegar a ser difícil de afrontar. Y para ello necesitamos «coraje», que viene del corazón.

No ser gregarios

Existen muchos maestros y personas que pueden aportarnos pero nada es comparable con llegar a ser uno mismo. Esto implica no ser gregarios sino, al contrario, tener un criterio propio que nos permita desarrollar el ego de forma positiva. En la vida es muy importante escuchar siempre a quien nos puedan aportar. Sin embargo, es uno el que tiene que aplicar su criterio. Pasar lo escuchado o lo aprendido por el tamiz propio, único y personal.  Esto se vuelve fundamental cuando se trabaja en el acompañamiento y la ayuda a los demás. En caso de no haber hecho nuestro, como profesional, los aprendizajes que recibimos de otros, terminamos por convertirnos en un transmisor de opiniones y descubrimientos ajenos. En un simple intermediario de la ayuda personal, sin efectividad y lleno de carencias.

Conclusión

Uno de los elementos que más favorece el desarrollo personal es la inteligencia emocional, porque nos da las pautas, de manera clara y limpia, para situarnos, para saber lo que queremos y definir nuestros objetivos. Para poder escucharnos y diferenciarnos de los demás, es clave el autoconocimiento. Además también la paz interior que nos ofrece el ser emocionalmente inteligentes.  En AUDERE Coaching podemos acompañarte, a través de las formaciones que realizamos para que éste y otros aspectos de tu vida no te resulten un obstáculo insuperable. Contacta con nosotros y te mostraremos con más detalle todas las posibilidades.

El hombre es un animal fantasioso. Desde que nacemos nos enseñan con cuentos y fábulas a través de las cuales se nos intenta inculcar unos valores y la creencia final de que la vida tiene guardado finales felices para nosotros.

Cuando empezamos a dar nuestros primeros pasos, sentimos el dolor de una caída, la frustración cuando no nos dejan hacer o no nos dan algo que queremos. Y nuevamente, nuestros mayores nos consuelan mediante entretenimientos que nos invitan a vivir en un mundo mental de fantasías donde nos sentimos a gusto.

El miedo al mundo real

Fantasear no es malo, nos permite desarrollar una de nuestras herramientas más importantes, la creatividad. Sin embargo, pronto nos daremos cuenta de que en el mundo real las cosas nunca suceden tal y como las imaginamos. Es aquí donde a menudo nace el miedo a vivir. Hay adultos que conservan ese hábito y permanecen sumergidos en sus mundos de fantasías, donde ya no hay dragones, castillos y princesas, pero seguimos esperando finales idealizados. Pasamos tanto tiempo soñando, planificando, deseando, esperando y volviendo a soñar que se nos pasa la vida sin vivir una vida real.

Ese mundo imaginado que, como hemos dicho, ya no es el imaginario escenario infantil pero ejerce el mismo efecto en nosotros, es lo que podemos denominar zona de confort. En ocasiones esta zona de confort ni siquiera nos aporta felicidad e incluso es posible que nos traiga dolor y angustia. Pero al menos es un terreno conocido para nosotros y estando en él, podremos seguir soñando mientras nos sentimos a salvo.

Tenemos tanto miedo a lo desconocido que preferimos quedarnos anclados en la infelicidad antes que atrevernos a experimentar. El principal miedo que tenemos es el temor a ser rechazados, a ser abandonados, a no cumplir las expectativas de los demás. Crecemos dentro de unos patrones en los cuales tratamos de encajar porque eso esperan de nosotros la familia, los amigos, nuestro entorno. De este modo nunca lograremos saber quiénes somos realmente y qué es lo que de verdad queremos.

El coaching para saber quién soy

Hay talleres como el Lego Serius Play y el coaching con caballos de Equhos, basados en la experiencia y la realidad que nos permiten conocernos mejor a nosotros mismos. Si te estás preguntando por qué deberías hacerlo, solo te diremos: ¿has visto cuántas personas cuando llegan a ancianas se arrepienten de no haber intentado alguna cosa en su vida?

Quienes deciden apostar por el mundo real y experimentar las vivencias no tendrán este sentimiento de vacío que se da por haber fracasado. Cierto que habrán sufrido fracasos, pero también éxitos. Porque la vida no es otra cosa que una suma de experiencias. Quien no experimenta es como el niño que nunca se hubiera atrevido a levantarse de la cuna y nunca habría aprendido a gatear, ni por supuesto a caminar. Las experiencias o vivencias son la única brújula y el único bastón para tener una vida plena. Un coach puede enseñarte el camino a seguir y tú decidirás si caminas o continuas en tu mundo mental o irreal. ¡Te esperamos!

“Hijos míos:

En nombre del dios de las batallas, prometo la bienaventuranza a los que mueran en el cumplimiento de sus deberes. Si encuentro alguno que faltase a ellos lo haré fusilar sobre la marcha. Y si en su desidia escapase a mis miradas o a las de los valientes oficiales que tengo el honor de mandar, la vergüenza lo persiga mientras arrastre el resto de sus días, miserable y desgraciado”.

                                                                        Cosme Damián Churruca

                                                                        A bordo del San Juan Neponucemo

                                                                                                  21 Octubre de 1805

 

 

“El Amor es la muerte del deber”.

Aemon Targaryen

                                                           

En este artículo que me propongo a escribir sobre el “deber” o los “deberes” que tenemos. Los que nos fijamos o establecemos como personas. Y puestos manos a la obra, vamos a empezar por el principio. El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice, en sus distintas definiciones del verbo deber: “Estar obligado a algo por la ley divina, natural o positiva”. “Tener obligación de corresponder a alguien en lo moral”. “Cumplir obligaciones nacidas del respeto, gratitud u otros motivos”.

Así, teniendo claro de lo que hablamos, podríamos hacernos la pregunta de: ¿Cuál es nuestro deber? La respuesta puede parecer obvia: Depende de las circunstancias que rodeen o afecten a la situación que se nos presenta y en la que tenemos que decidir. ¿O, en cambio, nuestro deber sólo depende de nosotros mismos, de nuestras creencias, nuestras costumbres y forma de pensar? ¿Tal vez de nuestro posicionamiento personal, independientemente de las circunstancias?

En siglos pasados, al verse inmerso en un conflicto bélico, la aceptación por parte de un individuo de los riesgos del combate en la guerra incluía para él mismo una recompensa social positiva en términos morales. Ese riesgo podía suponer, a parte de pérdidas materiales y/u otro tipo de sacrificios, incluso la desaparición física del individuo. Éste podía perder su vida a cambio de lo que para él era cumplir con su deber.

Frente al “deber” tenemos una opción que nos lleva a hacer lo que podríamos entender como acatarlo, o darle cumplimiento: “lo que debemos hacer”. Y una opuesta que, de optar por ella, nos llevaría a un comportamiento contrario. Es decir, a faltar al mismo.

¿Cuál tiene más peso en el momento de la decisión de enfrentarnos al “deber”?

La respuesta a esta pregunta nos ofrece la clave, es la llave de otra pregunta, más importante si cabe: ¿Qué elegimos hacer frente al mismo?

Si analizamos la definición, vemos que el concepto de deber está intrincado, cruzado, entretejido, como la urdimbre y la trama de un tapiz, de valores y de creencias, de los que no es posible aislarlo. No solo lo moral y lo social están presentes, sino también la ley (de cualquier naturaleza) así como la gratitud o el respeto. Es un todo unido. Algo que no funciona cuando tratamos de separarlo.

¿Qué ocurre cuando, por ejemplo, enfrentamos el deber a la libertad? ¿O al exceso de libertad, con el que parece, vivimos en nuestra sociedad actual?

¿Qué ocurre cuando chocan? ¿Debiéramos entenderlo como algo jerárquico donde la libertad es el valor supremo, la cúspide hegemónica de los derechos del individuo? ¿Sentimos el deber como una carga incómoda, un pesado inconveniente frente a la libertad?

Según José Antonio Marina, en su libro Los Secretos de la Motivación, “El concepto de deber tiene connotaciones negativas en la cultura occidental moderna”. Parece ser que todo lo que amenaza a la libertad es concebido como un peligro. Como algo subordinado o menor que está a expensas de ese primer valor que hemos erigido como supremo. Esto, según el mismo autor, “…nos está causando serios problemas educativos y sociales”, creándonos una situación conflictiva en nuestra sociedad. Vivimos, como dijo Lipovetsky, en la “sociedad del postdeber”.

Según el mismo autor, existen tres tipos distintos de deberes: Los de coacción (impuestos por la autoridad coactiva). Los de compromiso, que son los que yo fijo en mi vida: Por ejemplo contratos, propósitos, promesas y que se basan, como su propio nombre indica, en la libertad de las partes contratantes. Y un tercer tipo, que son los deberes derivados de un proyecto: Si quiero conseguir algo debo realizar para alcanzarlo una serie de actos de manera obligatoria.

Podríamos entender cierta rebelión frente a los deberes de coacción, pero ¿también frente a los demás, a cualquiera de ellos por igual, en el mismo grado? Entonces es que buscamos resolver la ecuación atendiendo sólo a una de sus partes. Queremos el todo sin cumplir las reglas. Queremos el premio sin hacer lo que “debemos” hacer para conseguirlo.

Y por el camino inventamos atajos insospechados (inútiles e infructuosos) donde nos auto convencemos que nuestras posibilidades de conseguir lo que buscamos se mantienen intactas. Que vamos a lograr alcanzar lo que deseamos solo desde la libertad y sin marcarnos ninguna obligación (deber).

Por ejemplo el caso de los famosos “deberes” de la escuela, que tanto se han denigrado. Suponemos que ningún padre está dispuesto a renunciar a las cotas y objetivos de desarrollo intelectual o cultural que aspira para sus hijos. Pero sí pretende, en un acto de sugestión, que alcance esas metas únicamente a través de la libertad. Y solo con el ejercicio de la misma.

Otro caso digno de reseña sería la libertad de expresión, concepto que creo no terminamos de entender. Que hemos magnificando sin duda, (como todo lo que huele a libertad) y que se ha convertido en un cajón de sastre donde cabe todo. Todo se puede expresar o decir, sin fijarnos en la libertad del otro, y en si cabe o no un espacio de obligado cumplimiento para lo que debemos o no debemos hacer, o decir.

Los tres niveles

En mis talleres, a menudo expongo una escala en la que fijo tres niveles, que son el “debo, tengo y quiero”. Tal y como afirmo en ellos, el quiero podría equivaler a la excelencia: Hacer las cosas desde la voluntad y la decisión libre y personal. Desde la motivación total. En mis formaciones propongo un juego que consiste en utilizar el quiero al referirse a las múltiples tareas que realizan en el día a día y ver si encaja con ellas. ¿Quiero levantarme por la mañana? ¿Quiero ir al trabajo? ¿Salir a cenar esta noche con mi pareja, tan cansado como estoy? ¿O me encaja mejor un “tengo”, o un “debo”, para la mayoría de las acciones que realizo durante el día?

Al reflexionar mientras escribo este artículo, pienso que el querer hacer es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos, en forma de «actitud» frente a lo que hacemos o decidimos hacer. También me doy cuenta de que esta escala, básica, carga al deber con una connotación negativa, por varios motivos. Principalmente por encontrarse dentro de la escala, como opuesto de lo positivo.

¿Pero, y si le diésemos la vuelta al argumento, como propone José Antonio Marina, y convirtiésemos el deber en una fuente de motivación? Para ser libre y ejercer mi libertad, también debo cumplir una serie de obligaciones. Siendo quizás la más señalada de ellas, el actuar conforme a mi inteligencia.

Dudo que sea correcto terminar hablando de recuperar el sentido del deber. Pues no creo que sea algo que hayamos perdido definitivamente. Pero sí habría que mirarlo con otros ojos, restituirlo en cuanto y en base a toda la importancia que realmente tiene. Sobre todo en campos tan decisivos como la educación de nuestros hijos.

Quizás, el quiero de mi escala reluzca como algo dorado simple. Básicamente por la existencia del debo, su opuesto negativo, que le da valor y positividad. Cargándolo de deseo.

Quizás también la libertad tenga su opuesto negativo en el deber, aquello que nos sentimos obligados a hacer. Quizás sea esta la única manera de dar significado a un concepto, por la existencia de su opuesto que lo llena de esa significación.

Tal vez sea el momento de revalorizar el deber y darle el lugar, en importancia y en justicia, que siempre ha tenido y que nunca debió perder.

“La raíz más profunda de nuestra alma está cubierta de noche”.

                                                                                    Johann Gottfried Herder.

 

El comienzo del cambio

Quizás todo empezó hace muchos siglos. Con Sócrates y la decisión que tomó, que a la postre resultaría ser una decisión tomada por todos nosotros. O quizás no tuvo un comienzo señalado, una fecha o un momento concreto, sino que ha sido siempre así. Siempre nos ha acompañado, de manera invariable. Hablo del tan recurrente hoy en día “yo soy así”.

Sin duda, fue Sócrates, de todos los grandes filósofos de la antigüedad, el primero en preocuparse, en bucear en ella. En procurar entender nuestra existencia, la vida tal y como la sentimos y vivimos. Buscaba, con su afán de conocimiento, ayudarnos a comprenderla y lograr un mejor vivir, una mayor calidad personal de vida. En esta búsqueda, Sócrates funda la Metafísica, la teoría que sustenta todo su conocimiento sobre el hombre y la vida. Es el más allá (meta) de la naturaleza (physis).

Para ello, el filósofo ateniente tuvo que decantarse por una de las dos grandes propuestas filosóficas de la época. Esta planteaban dos miradas diametralmente opuestas de la realidad.

Por un lado, Parménides, el filósofo de Elea, sostenía que todo lo que existe, todo lo que conocemos, queda integrado en la categoría del “Ser”. Para el que establece unas características determinadas. Este es algo dado, fijo, inmutable, eterno y único, que no puede cambiar. Establece así el filósofo su criterio de la Unidad.

Por otro lado, Heráclito, sostenía una postura completamente opuesta. Para él, todo lo que existe se encuentra en un proceso de permanente devenir, de constante transformación, de puro cambio. La realidad de Heráclito huye de la Unidad Parmesiana para encontrarse regida por la diversidad, la contradicción y la lucha de opuestos. La Unidad es una ficción y el lenguaje, (el logos) el que da sentido, orden y articulación a esa realidad de cambio.

Frente a esta disyuntiva, entre estas dos opciones. Sócrates se decantó por la postura de Parménides y su visión de la realidad única y su “Ser” impedido de todo cambio. En base a este postulado quedó fundada La Metafísica, que más tarde, a través de Platón y Aristóteles primero, y de Santo Tomás y San Agustín después, se asentará de manera hegemónica durante siglos. A través de la filosofía y del cristianismo, en la cultura occidental.

La decisión del cambio en tiempos modernos

Hoy somos herederos de esta decisión filosófica, y de todo el camino recorrido después, a raíz de ella. De su mensaje y del encorsetamiento y la imposibilidad que hemos creído tener respecto al cambio.

De poco parece habernos servido el hecho de que en siglos posteriores, ya adentrados en la Modernidad, otros filósofos hayan propuesto revisar y repensar los principiosmetafísicos. Éstos nos plantean volver a colocarnos en la casilla de salida, en el punto de partida que ocupó Sócrates. Y así elegir la senda marcada por Heráclito. Asumiendo así la transformación y el cambio como perspectiva central de nuestra existencia y nuestra forma de contemplar la vida y el mundo.

Quizás esta “lucha de opuestos”, esta confrontación entre quienes somos y quienes quisiéramos ser, ha quedado para recibir por nuestra parte una solución de manera personal. Enfrentándonos así, como individuos, de uno en uno, al enorme peso de la tradición. En nuestro sentido común seguimos rigiéndonos, de manera incuestionable, desde principios puramente metafísicos. Pero también está al alcance de nuestra mano, una vez hemos tomado conciencia de ello, elegir la opción o el camino contrario al que nos ha sido dado.

De esa elección depende claramente toda nuestra vida. Pasar del conformismo, de la creencia del “yo soy así”, a la rebeldía, al inconformismo, a la declaración de que somos continua transformación, de que podemos fluir hacia nuevas realidades personales. Para así abrazar el cambio como guía y compañero de viaje en nuestra existencia.

En nosotros está… y creo que ha llegado el momento de decidir…

 

 “Un hecho no es tan importante como nuestra actitud hacia él, ya que eso determina nuestro éxito o fracaso”.

                                                                                  NORMAN VINCENT PEALE

“Lamentamos sólo las cosas que no hemos hecho”

                                                                                             MARCEL PROUST

 

El futuro es incierto. Quizás sea un tópico afirmarlo: Cualquier cosa por venir siempre es desconocida, dudosa. Pero sin duda, en estos tiempos actuales, cambiantes, acelerados, que transcurren a un ritmo vertiginoso, imparables, donde vivimos inmersos en la globalización, hablar de un futuro desconocido, o aleatorio, es hablar con propiedad. No sabemos qué nos deparará la próxima década, tampoco el próximo mes. Y estos cambios son tan rápidos, tan frenéticos, que lo que hace unos años se describía como  totalmente perjudicial, contraindicado, hoy puede declararse no sólo inocuo sino poseedor de innumerables alabanzas y beneficios.

Con este panorama, mi pregunta es si el tema de las tablets o dispositivos digitales y los niños, ampliamente criticado y cuyas objeciones o inconveniencias (o lo contrario) han generado ríos de tinta en cientos de artículos no se convertirá en uno de estos casos, y dentro de unos años podamos leer, también en cientos de artículos, lo contrario.

Por que como todo en esta vida, y este principio es intemporal, lo que me afecta y me condiciona no es lo que me ocurre, sino cómo interiorizo, cómo me tomo eso que me ocurre. Así que lo perjudicial para los niños no son las tablets y los móviles,  ni el tiempo – mayor o menor – que pasan con ellos. Sino cómo asimilan, como interpretan, cómo interiorizan,… cómo “usan” ese tiempo.

Dicho todo lo anterior a modo de breve introducción, me remito al título de este post y voy al grano sobre los motivos de por que yo, como padre, si permito a mi hijo el acceso, a veces prolongado, a dispositivos digitales .

Seguro que todos tenemos un amigo o un familiar que al día de hoy se gana la vida profesionalmente en una ocupación  que en un momento inicial empezó como un hobby. Cito el ejemplo de alguien que allá por la última década del pasado siglo se adentró en la informática como un divertimento, para finalmente desarrollar unas habilidades y adquirir unos conocimientos que hoy lo sustentan a nivel profesional.  Vive de un hobby al que le dedicó mucho tiempo.

Como decía más arriba, poco podemos conocer de manera segura sobre el futuro. Algo que si podemos intuir es el hecho de que estaremos rodeados de dispositivos e interfaces, de pantallas táctiles que nos abrirán ventanas a menús digitales con posibilidades aún desconocidas y casi infinitas: Realidad virtual, inteligencia artificial, interconectividad, robótica,…

Quizás, los profesionales del mañana comiencen hoy a relacionarse con el medio en el que trabajarán, desde muy pequeños.

Este es el PRIMER MOTIVO por el que creo  positivo dejarles el móvil o la tablet a nuestros hijos. En la infancia el aprendizaje de cualquier habilidad, sobre todo a través del juego es rápido y firme, y si es sostenido y continuado, puede crear las bases de futuras competencias. Además, nuestros hijos forman parte de las primeras generaciones de nativos digitales. Será por algo y para algo…

Un SEGUNDO MOTIVO, y no atendiendo a orden o jerarquía alguna, se centra en el uso que hacen del dispositivo: En el “cómo” y el “qué” hacen con él en las manos.Veréis: Todos hemos visto niños totalmente adsorbidos por el dispositivo y sus estímulos, inmóviles, en un estado catatónico, quietos durante horas, secuestrados por las múltiples luces y sonidos. En esta especie de “autismo temporal” se enfrentan el beneficio del desarrollo de la capacidad cerebral de gestionar múltiples estímulos a la vez (que está estudiado que ofrece el dispositivo) a la situación de aburrimiento en la que cae el niño  cuando juega con otros juguetes  que no producen  estímulo alguno: El coche de bomberos o el Playmobil no se mueven, hay que moverlos. No hacen ruido, no hacen nada por si solos.

Pero hay ocasiones en que los niños se relacionan con el dispositivo de otra manera: he visto un grupo de niños, que interactuaban y se relacionaban entre ellos, hablando, jugando, riendo, y donde el aparto digital había perdido su protagonismo. Mi pequeño habla y comenta mientras  juega y después de haber jugado, se sorprende, ríe, (también se enfada), me busca para enseñarme y compartir un video o una partida. Es decir, interactúa con el aparato y no se convierete simplemente un receptor de estímulos.

También, le he escuchado palabras, frases o giros expresivos que me han sorprendido y que a mi pregunta de dónde los había aprendido, me ha contestado que viendo la tableta.

El TERCER MOTIVO está directamente relacionado con el segundo. Y responde a la pregunta de si hemos convertido la tablet o el móvil un juguete más, una opción más dentro del abanico de posibilidades de juego al alcance  del niño. ¿Tras haberlo usado, o en los días en los que no toca su uso, el niño juega con normalidad con otros juguetes propios de su edad? ¿Se relaciona con cuentos, puzles, dibujos, figuras, etc? ¿O en cambio el dispositivo digital es el fin único de la diversión en la vida de nuestro hijo y el acceso a él se convierte en una lucha continúa, en una interminable negociación?

Soy favorable como digo a permitir el acceso de los niños a estos dispositivos, al contrario que los grandes gurús de Silicon Valey, sobre los cuales circulan varios artículos en internet, cuya veracidad no he comprobado, que afirmaban que prohibían a sus hijos el acceso a los mismos. Pero claro, digo siempre que no se den casos como los que hemos visto todos, de auténtica dependencia del aparato, de adicción pura, clínica.

El CUARTO MOTIVO trata sobre la oportunidad que tenemos, partiendo de nuestra autoridad, de educar a nuestro hijo en cuanto a sus impulsos, a la aceptación y la renuncia se refiere. A todos los niños les llama mucho atención jugar con móviles, ordenadores y tablets. Son el objeto principal de sus deseos. Es una atracción muy poderosa el que experimentan frente a los mismos, y que cuando se vuelve incontrolada, cuando no somos capaces de gestionarla o no nos ocupamos de ella, puede llegar a ser adictiva. Mi idea es que cada vez que, tras un rato de juego, le anunciamos al niño que el periodo de uso ha terminado y que nos entregue el dispositivo, tenemos una opción, una oportunidad, de educar a nuestro hijo en la renuncia, en la aceptación y en la gestión (no quiero llamarlo control) de sus impulsos. Cuando le pedimos el dispositivo, ¿nos lo entrega animosamente y con normalidad? Cuando le anunciamos que debe dejarlo y nos plantea una negociación: ”Papa ¡déjame un minuto más! “ o “!déjame hasta que acabe la partida!” Cuando aceptamos, luego, ¿cumple con lo que él mismo ha propuesto? ¿Una vez pasado ese minuto o terminada la partida acepta con normalidad ceder el aparto? ¿O por el contrario monta en cólera, se enfada y se enfurece? Cada vez que le pedimos que nos lo entregue tenemos una oportunidad única para enseñarle a gestionar ese deseo, a aceptar y a desprenderse, a posponer el disfrute hasta el día siguiente o el momento siguiente que hayamos pactado.  Estamos, retrasando la recompensa, tal como recoje Daniel Goleman en su best Seller con el famosísimo experimento de los malvaviscos, con el que se demostró que aquellos niños que habían contenido y refrenado el impulso de comerse el dulce habían llegado a un nivel más alto ( social, afectivo, económico…) en la vida.

El QUINTO MOTIVO es quizás el más trascendental, tiene que ver con nosotros como padres y educadores. Es muy fácil, a la vez que complicado. ¿Para qué le permitimos a nuestros hijos el acceso (durante horas) a los dispositivos digitales. ¿Es por ellos, o por nosotros? Si en la mayoría de los casos es por nosotros, para poder estar tranquilos, para descansar, para poder hacer cosas, para quitarnos al niño de encima,… entonces estaremos buscando tapar algo nuestro (falta de tiempo, cansancio, exceso de estrés, enfado…) que no solo no tendríamos que tapar, sino que debiéramos examinar.

Porque que es muy distinto tener un beneficio tras una acción, a realizar esa acción a menudo y casi como única opción para tener ese beneficio. Es muy distinto tomarme una pastilla para relajarme o quitarme un dolor, que recurrir a ese medicamento, continuamente y como la única forma de estar relajado o sin dolor. Es incluir el “para qué” en la ecuación y analizar el resultado.

Poco sabemos sobre el futuro. Sólo tenemos el presente para tomar decisiones y actuar. Y todo está en nuestras manos. Así que es hora de decidir.

 

 

                                                                                                    

                                                                                               “En el futuro lo normal será convencer a la gente con imágenes y emociones más que con argumentos”.

 

                                                                                                                                                             

                  “Ya está. Con el segundo clik aparece en la pantalla el pago aceptado, diciéndome que la compra se ha realizado con éxito. En breve llegará un e-mail con el resumen de la operación, más datos y más confirmaciones. Todo rápido y  fácil..”

 

                Es la última compra de libros para tener material para prepara el taller de formación sobre ventas que estoy diseñando, dirigido a todas aquellas personas, profesionales de la venta (equipos comerciales) o no, que deseen desarrollar y potenciar las habilidades o aptitudes que conforman su perfil comercial, o que simplemente necesiten mejorar sus técnicas. ¿Cómo vender en un mundo online donde internet parece haber desterrado, excluido de la ecuación y casi extinguido la imagen que tenemos del vendedor tradicional? Donde los clientes pueden acceder, a través de sus dispositivos, a una cantidad ingente de información, que pueden manejar con total claridad y efectividad para completar o definir su decisión de compra. Donde las empresas tecnológicas manejan datos infinitos sobre hábitos de consumo, neuro-marketing y comportamiento de sus clientes. Donde todo lo que necesitamos para comprar – y para vender – lo llevamos en nuestro Smartphone, veinticuatro horas al día, al alcance de nuestras manos.

En un escenario así parece desde todo punto de vista descabellado el pensar que habrá alguien con la peregrina idea de asistir a mi formación, o que alguna empresa apueste por contratar mis servicios para este campo. Y sin embargo, frente a este panorama, se elevan muchas voces autorizadas, acompañadas de datos para fundamentar sus afirmaciones, que hablan de lo contrario, del resurgir de la figura del vendedor con pieza fundamental del mercado. En palabras de una de estas voces. “Si alguien escribiera algo acerca de las ventas en la segunda década del siglo XXI, sería el anuncio de un nacimiento”. (1)

Según Daniel H. Pink, la proporción de estadounidenses que se ganan la vida en el sector de las ventas se encuentra en uno de cada nueve. Esta proporción, nos dice, se mantiene invariable para otros países como Australia, Canadá, Reino Unido o el resto de Europa. Pero hay una segunda lectura de estos datos, que viene recogida en su obra “Vender es humano” (Gestión 2000), y que es lo que el autor denomina “ventas sin vender”. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Quién – o quiénes – nos dedicamos, aún sin haberlo sabido hasta ahora, a “vender sin vender”?

¿Conocéis a alguien que de manera habitual, o esporádica, no venda algo a través de las múltiples aplicaciones que existen en internet para objetos usados o de segunda mano? ¿Tenéis actualmente un coche o algún otro vehículo en venta? ¿Algún artículo de bebé – andadores, carritos, cunas,… – a los ya no les deis uso?

Las tecnologías que amenazaban con hacer desaparecer a los comerciales al uso, lo que realmente han propiciado es que muchas más personas, directa o indirectamente, a tiempo parcial o completo, se conviertan en vendedores. Por ejemplo, en la actualidad,  más de setecientos cincuenta mil americanos afirman que Ebay es su fuente primaria o secundaria de ingresos.

Otro caso es el floreciente mercado de las apps, y que solo en Estados Unidos ha generado medio millón de empleos desde que en el año 2007 Apple lanzase su primer iPhone.

Mirémoslo desde otro lado: ¿Nuestro desempeño profesional diario tiene algo que ver con convencer a otros para que se desprendan de lo que tienen (de sus recursos) a cambio de lo que tenéis vosotros? ¿Vuestro día a día laboral depende de alguna manera de vuestra  capacidad para influir, persuadir y mover al cambio a los demás?

Los médicos “venden” diagnósticos y tratamientos, los formadores y docentes, métodos para aprender y mejorar. Los emprendedores tienen que vender su idea. Las parejas se venden planes, salidas u opciones uno al otro. Los miles de trabajadores independientes, autónomos, que se ganan la vida a través de un producto o servicio tienen que “venderlo”, aunque esa no sea su principal actividad. Así, “las grandes empresas, han terminado por descubrir que dividir las funciones asignadas a cada puesto de trabajo no funciona demasiado bien en condiciones económicas inestables y por ello han comenzado a demandar habilidades elásticas que traspasan las fronteras e incluyen el componente comercial”. (2)

Como decíamos anteriormente, uno de cada nueve americanos se dedican a la venta directa como actividad laboral, pero los ocho restantes, siete de ellos se dedican a la venta sin vender.

Y este es el panorama y lo que se está fraguando poco más de dos décadas después de la llegada de internet. La red, que parecía que iba a acabar con el sector de las ventas como tradicionalmente lo hemos conocido –  amenaza que está muy viva en muchas opiniones – no ha hecho más que transfórmalo,  profunda y radicalmente si, y de manera definitiva, pero también lo ha llenado de estímulos, de aire fresco y de nuevas oportunidades.

Las compras online tienen mucho que ver, para la mayoría de las personas que las hacen a diario, con la facilidad, la rapidez y la inmediatez de las mismas. Pero también tienen que ver con la corriente social actual y los hábitos de comportamiento en los que prima cierto aislamiento del individuo, donde las relaciones personales están perdiendo terreno y se han visto reducidas frente a la interacción en las redes sociales y demás aplicaciones de internet. Online también compramos y vendemos expectativas (nos vendemos a nosotros mismos) de relaciones personales a través de las múltiples aplicaciones de citas y búsqueda de pareja que marcan el encuentro personal entre los usuarios como un hito una vez ya avanzado el proceso.

Compramos por internet y nos enfrentamos a diario a una de sus paradojas: El exceso de algo positivo puede llegar a convertirse en un inconveniente, en algo negativo: Por ejemplo la tremenda oferta que tenemos en la red, la abrumadora cantidad de información.

Imaginemos que nos vemos en la necesidad de comprar un automóvil. O quizás sería mejor poner el ejemplo de que alguien cercano nos pide ayuda en este sentido. Tenemos que elegir o ayudar en la elección de un coche para alguien cercano a nosotros. Con ello quizás nos veamos más libres del poder del influjo que ejercen las marcas, pues muchas personas, a la hora de comprar, fieles a su vehículo anterior, tan sólo se plantean cambiar de modelo dentro un mismo fabricante. Tenemos que ponernos en el lugar de esa otra persona. ¿Seríamos capaces de ofrecerle alguna ayuda y sobrevivir al naufragio en un océano de  información saturado de infinitas opciones?

Hemos llegado hasta aquí y ¿Aún no echamos de menos la figura humana de un asesor comercial que nos ayude? Pongamos un ejemplo más:

Un gran porcentaje de las compras que hacemos por internen son de aparatos digitales o electrónicos que tras la compra necesitan una leve instalación para su puesta en funcionamiento. O simplemente, éstos aparatos nos llegan defectuosos, se estropean o no nos proporcionan las prestaciones que esperábamos. En esos momentos, ¿ No hemos deseado, por

encima de todas las cosas, el poder contar con un asesor comercial humano que nos ofrezca una solución?

Muchos de nosotros, en algún momento, hemos tenido como cierta la imagen del vendedor tipo, cargante, insistente, con mucha “labia”, que nos persigue y nos ofrece un producto del que llegamos a desconfiar. Si, los vendedores tienen mala fama: son molestos, agresivos y a veces deshonestos. Hasta tal punto esto es así que muchos profesionales prefieren no decir de una manera directa que se dedican a las ventas.

Pero frente a esta creencia que muchos tenemos, ahora resulta que la mayoría de nosotros también nos dedicamos, como hemos visto, de una u otra manera a las ventas. ¿Cuál es entonces nuestra postura? ¿Cómo nos desenvolvemos en la venta? ¿Qué tipo de vendedor somos? ¿Tenemos claros nuestro valores, nuestro objetivos…? ¿Y nuestras habilidades o capacidades para sacar la venta adelante?

En un mundo digital, en la era del “Big Data”, aún en muchas de las compras que hacemos participa la figura de un vendedor tradicional (Casa, coche, multitud de servicios…). Y la venta no es sino una relación humana, en la que priman aspectos como la comunicación, la atención, la escucha activa y el inevitable componente emocional que rodea a toda interacción humana. Es comprendernos a nosotros mismos para a través de ello poder comprender mejor a los demás. Es entender nuestros valores, nuestras creencias, para poder posicionarnos y tomar las decisiones más convenientes para nosotros, ya nos corresponda la figura de vendedor o de comprador.

Internet no solo ha llegado para quedarse, sino que va a revolucionar nuestras vidas, de manera constante y en progresión geométrica, en los próximos años. Adaptarnos a estos cambios exigirá de nosotros el desarrollo de unas serie de una habilidades, de unas capacidades y unas aptitudes frente a lo nuevo, a lo desconocido. Ahora que podemos todo nuestro negocio en nuestro smartphone, y toda nuestra central de compras, no debemos olvidar que todo, o casi todo continúa dependiendo de nosotros…

 

(1) y (2) Daniel H.Pink. “Vender es humano”. Ed. Gestion 2000.

 

“Quien quiera conocer su vía que cierre los ojos y camine en la oscuridad”

                                                                         San Juan de la Cruz

“Nada tiene una influencia psicológica más fuerte en su ambiente y especialmente en sus hijos, que la vida no vivida de un padre.”

Carl Jung

Hace sólo unos días que caí en la paradoja. Fue de una manera seca, desabrida, fulgurante. Probablemente ya llevaba días, o meses, rondándome el pensamiento. E incluso, muy probablemente habría hablado – u oído – de sobre ello, de pasada, en una de esas conversaciones intrascendentes en la que uno casi ni está, en las que se tiene la cabeza en otro sitio. O quizás, lo haya leído en internet…

Pero hasta el otro día no lo vi claro, con rotundidad y no sin cierta preocupación.

Resulta que me hallaba delante del ordenador, como cada día, como cada hora, leyendo artículos, buscando información, anotando, subrayando, memorizando, por mi dedicación profesional, pues trabajo como coach formador experto en inteligencia emocional, enfocado tanto a la empresa como al sector educativo, y dentro de éste, con cierta especialización, al sector de las escuelas infantiles donde contribuyo a reforzar y desarrollar las competencias emocionales de los monitores/as y técnicos/as encargadas del cuidado de los niños. Pero también por una inquietud personal: el deseo de ser el mejor padre posible, tener el mayor número de herramientas posibles para ayudar a mi pequeño de cinco años, para que llegue a convertirse en un adulto formado, con valores, emocionalmente competente, con las habilidades sociales óptimas, etc…

Recuerdo que estaba yo en la tarea, concretamente descargando y leyendo artículos y contenidos que tenía guardados cuando mi pequeño vino a decirme que se aburría y que no sabía a qué jugar. Esto le ocurre a menudo: se aburre. Se aburre  cuando  papa no juega con él. Jamás se aburrió jugando con papa. En muchas de esas ocasiones en las que no sabe qué hacer, y en otras también,  con frecuencia viene a negociar conmigo, con su media sonrisa traviesa y su inteligencia viva de cinco años, para que le permita usar la tablet, el ordenador o cualquier otro dispositivo digital a su alcance. Cuando viene a buscarme y pedirme que juegue con él, como en esta ocasión, mi respuesta, muy a menudo, es que papá tiene que trabajar, que estudiar, que tengo que leer y aprender todas aquellas “letras” para mi trabajo y para llegar a ser un buen “papa”…

Y entonces fue cuando me di cuenta, cuando caí en esta terrible contradicción y empezó a orquestarse, haciéndose real, lo que he expresado en las primeras líneas de este artículo.

Consumimos miles de líneas de artículos, de contenidos: post, ensayos,… que nos informan sobre cómo ser buenos padres, cómo desarrollar y perfeccionar las competencias que nadie nos ha dado, pues no nos han formado para tal fin. Pasamos tiempo leyendo, reteniendo, apuntando, subrayando cómo comportarnos, cómo ser un mejor guía y educador para nuestros hijos. ¿Quién no ha leído varios libros durante el embarazo? ¿Quién no lee, o guarda para leerlo después, artículos y post con los que diariamente nos cruzamos y nos bombardean en internet?

Y mientras nos saturamos de información, que no de formación, porque esa es otra, esa distinción no es sutil sino contundente, nuestros pequeños se aburren,  se exceden (porque lo permitimos) el tiempo de uso correcto, o idóneo, de los dispositivos digitales, o simplemente “están” sin nosotros.

Mirándolo ahora así, después de haber caído en la cuenta, en este afán nuestro de ser mejores padres es como si quisiéramos aprender a correr, o a nadar o a montar en bicicleta, a perfeccionar todas estas habilidades, leyendo artículos y post en internet. A un coste, y esta es la parte más descarnada de mi paradoja, muy alto.

“Los 10 consejos básicos sobre la educación del niño”. “Los cuatro errores que todo padre comete”. “Cinco formas de criar a un niño exitoso”. “Nueve maneras de mal criarlo”. “Siete motivos por los que nuestro hijo terminará siendo un delincuente”. “Cuatro fórmulas (¿Cómo pueden cuatro anular a siete?) para evitar que termine siéndolo”…

En este afán de búsqueda de “información” me he cruzado, y ya conozco, el concepto de “Hiperpaternidad”. El de “Alumhijos” de José Antonio Marina. La Nueva educación, La Educación emocional. He leído sobre psicología, sobre neurociencia, sobre inteligencia emocional… lo he leído todo, mientras me creaba el deseo de leer más.

No recuerdo quien decía (o escribía) que las redes sociales estaban para llenarlas de lo que sea, y que ese “lo que sea” no podía ser de otra cosa que de contenidos. Vídeos, post (quizás como éste), artículos, frases, fotos, citas… Como una especie de agujero negro que devora todo lo que se le echa, tragándose no solo a Jonás y su complejo, sino también a la ballena.

Con frecuencia digo en mis charlas y talleres que a veces, la formación, o una parte de ella, sobre todo esa que tiene un tinte lejano de ansiedad cuando empieza a convertirse en “sobre-formación”, es el refugio de los que tienen miedo de salir al mundo (llámese mercado laboral u otra cosa…) y empezar a convertir en valor lo que ya saben, lo que ya tienen, pero sobre todo, lo que ya son.

Y estos días me estoy preguntando si no será esta misma situación la que vivimos como padres. Si no tendríamos que ponderar lo que ya somos en lugar de poner el foco, continuamente, en lo que no sabemos, en nuestras carencias. Porque estas carencias, y esa búsqueda continua para llenarlas, nos aleja de lo verdaderamente importante, dividiéndonos, restándonos, subrayando nuestras ausencias.

A estas alturas del post, supongo que nadie pensará que mi interés es demonizar la formación en general o la información valiosa de ciertos contenidos que encontramos en blogs y artículos de referencia que existe en internet. El pecado, en general, rara vez es por defecto, casi siempre es por exceso. Y el nuestro, como padres, al que me refiero en este artículo, suele ser por omisión.

Yo, que los he leído todos, declaro que ya he tenido bastante, y que han sido suficientes para darme cuenta que un solo minuto con mi hijo, en lo que se refiere a aprendizaje como padre, vale por diez o más (muchos más) de estos artículos. Porque no consiste únicamente – ahora lo se bien – en lo que yo puedo aprender sobre él, sobre como ayudarlo, educarlo o guiarlo, sino también y sobre todo, en lo que yo puedo aprender con él, de mi mismo, a través de él.

Así que he resuelto la paradoja, poco después de haberse presentado. Y he apagado mi ordenador.

Matei, ¿quieres venir a Jugar?